Cómo nos afecta la sociedad en que vivimos

Aunque hablemos de la sociedad como ese todo global en el que estamos inmersos, dentro de ella existen muchas corrientes diferentes e incluso contrarias entre sí. A un movimiento le sigue el movimiento opuesto, es como la respuesta que tiene un muelle al ejercer presión sobre él, empujará hacia el lugar contrario con la misma fuerza.

Esto se puede observar claramente cuando se estudia la historia de la humanidad, a una fase de represión, le sucede la búsqueda de libertad, el cambio hacia la expansión.

En la época actual nos hemos alejado profundamente de la naturaleza. Nos hemos agrupado en las ciudades, que es donde hay más oportunidades de trabajo y transporte público. El dinero es lo que nos permite vivir de forma confortable, y parece más importante encontrar trabajo que dedicarnos a nuestra vocación. Si tenemos la suerte de encontrarla, hacemos todo lo posible para poder vivir de ella y, a veces, por el camino, perdemos el motivo principal por el que nos sentíamos felices dedicándonos a ello.

Todo esto, como no podía ser de otra manera, ha creado un movimiento social de vuelta al campo, de encontrar maneras para trabajar a distancia, para dedicarnos a lo que nos gusta o como mínimo, trabajar menos y tener más tiempo para aquello que verdaderamente nos mueve y para estar con nuestra familia.

Estamos viendo el horrendo destrozo de la naturaleza, el cambio climático, la cantidad ingente de basura que producimos, y esto da lugar a revoluciones verdes, a la creación de asociaciones de concienciación social para evitar la producción masiva de plásticos, a las campañas de «zero waste» para eliminar la producción de basura, a la proliferación de tiendas de productos a granel, y a una mayor conciencia sobre el reciclaje, la reducción de residuos y la importancia de la reutilización, y también a un rechazo a los productos procesados y a un aumento del consumo de productos ecológicos.

Gracias a un proceso de observación de las consecuencias de nuestra forma de vida global, somos capaces de reflexionar, tomar conciencia y actuar para producir un cambio. Y, según lo que nos afecte o la capacidad de percepción que tengamos, estaremos en un lugar u otro de la balanza en diferentes aspectos. Quizá somos muy conscientes del cambio climático pero poco de la sexualización de la infancia. O formamos parte de una organización para disminuir la pobreza mundial, pero no hemos prestado atención a la cantidad de plásticos que ingerimos, o a la contaminación de los mares.

En cualquier caso, es muy difícil conseguir ser coherentes al cien por cien; es posible que seamos conscientes de la explotación laboral que existe en los países menos desarrollados, estemos en contra y, sin embargo, compremos ropa a las empresas responsables de esta explotación. Estamos expuestos a una sobredosis de información que nos confunde y nos impide centrar nuestra atención. Es una avalancha que, a menudo, nos deja sin fuerzas para pasar a la acción; viendo todo lo que es necesario, se nos puede caer el alma a los pies y entrar en la frustración y en la pasividad. Hay tantos frentes abiertos que resulta imposible abarcarlos todos a la vez. Y actuar de forma coherente con lo que pensamos es una tarea titánica.

Pero lo importante es no cerrar los ojos ni mirar hacia otra parte. La fuerza radica en dar un paso primero y otro después, con una intención clara.

Todo esto nos afecta, y afecta a la infancia de esta época. Lo que podamos hacer para mejorar el mundo en que vivimos, tendrá su efecto tarde o temprano. Cualquier granito de arena suma. Son regalos para nuestros hijos, sobrinos, nietos… Y no solo la acción en sí misma, sino también la conciencia que pongamos al hacerlo.

Si cuando me doy cuenta de que llevo encerrada en la ciudad toda la semana y dejo todo lo que tengo que hacer para ir a dar un paseo por la playa, mi hija lo va a ver y lo va a sentir. Si además la llevo conmigo, y me propongo salir al menos una vez a la semana con ella al campo, será una acción, un recuerdo, una vivencia de esta conexión con la naturaleza. Y desde ahí ella podrá elegir qué hacer, porque tendrá ambas vivencias. Si solo le ofrezco lo que impera en la sociedad, no tendrá la opción de elegir.

Y lo mismo con la televisión. ¿Cuántos niños hay hoy en día que han tenido la posibilidad de vivir sin televisión en casa? Niños que, después de cenar, se han sentado en el salón con sus padres a leer un cuento, o a jugar al parchís. Niños que no escuchan las noticias mientras desayunan. Niños que no tragan violencia gratuita hasta en los dibujos animados. Es habitual que sepan lo que es vivir con la televisión, como si fuera un miembro más de la familia, pero no han experimentado qué es vivir sin ella. Y realmente la experiencia vale la pena.

Un capítulo aparte sería el impacto que tiene todo aquello que aparece en la televisión y que influencia nuestra manera de pensar y percibir el mundo, incluso de actuar. Cuando algo se pone de moda, la mayoría de personas lo reproducen, sin apenas reflexionar sobre si les gusta o no, si les queda bien o si es algo incómodo e incluso insano.

Podría seguir hablando de muchos temas, de hecho se podría escribir un libro entero sobre todas las influencias a las que estamos sometidos en la sociedad de hoy en día, pero creo que lo importante es despertar el pensamiento reflexivo. Observar qué es lo que nos hace bien y qué es lo que nos afecta de forma negativa, elegir desde nuestra experiencia y no desde lo que supuestamente es «normal».

Hay una frase muy dañina que suele utilizarse para justificar cualquier cosa. Cuando preguntas a alguien por qué hace algo y te responde: «porque siempre se ha hecho así» o «porque ellos también lo hacen». Se puede elaborar para que suene mejor y más adulto, pero en realidad es la típica respuesta de un niño al que un adulto está riñendo y se escuda en que su amigo también lo ha hecho. Es una respuesta inmadura, que viene desde la falta de reflexión, desde el dejarnos llevar por la corriente, por el otro, por lo que «todo el mundo» hace.

Existe una película extraordinaria, titulada Amazing Grace, sobre el tema de la abolición de la esclavitud, que refleja esta cuestión. En ella se puede ver claramente la disyuntiva entre lo que es correcto para uno y lo que es socialmente aceptable, entre la moral individual y los intereses de la sociedad como institución. Es un retrato magnífico de este dilema que puede inspirarnos a hacer aquello que realmente consideramos esencial, a desarrollarnos como personas conscientes capaces de contribuir al necesario cambio social.

Terminaré este artículo recordando una de mis citas favoritas de Rudolf Steiner, que resume de alguna manera lo que quiero transmitir:

No hemos de preguntarnos qué necesita saber y conocer el ser humano para mantener el orden social preestablecido; sino qué potencial hay en la persona y qué puede desarrollarse en ella. Así será posible aportar al orden social nuevas fuerzas procedentes de la generación joven. De esta manera, siempre pervivirá en este orden social lo que hagan de él las personas integrales que se incorporen al mismo y no se hará de las nuevas generaciones lo que el orden social existente quiere hacer de ellas”.

Rudolf Steiner

Extracto mi libro “Crecer para educar”. Uno editorial. Enero 2021.

Sara Justo Fernández. Maestra y formadora en pedagogía Waldorf.

El lado positivo de la situación

Lo primero que salta a la mente en una situación de emergencia sanitaria y social como la que estamos viviendo es lo negativo, las probabilidades que tenemos de pasarlo mal, de enfermar, de contagiar a otros, de que haya escasez de alimentos, de carencia de servicios, de hundimiento de la economía…un sinfín de problemas graves y muchos de ellos totalmente reales que nos paralizan o nos llevan al pánico y al caos más absoluto. Queremos escapar de la situación, alejarnos, y lo hacemos incluso pretendiendo que no pasa nada y yéndonos a la playa en plan vacacional, negando la realidad. O bien corremos al supermercado a vaciar sus estantes, con la angustia de la carestía, probablemente heredada de un pasado no tan lejano.

Nuestro cerebro reacciona con afán de supervivencia y, hasta que no pasa cierto tiempo, no somos capaces de ver nada más que nuestra propia necesidad, el peligro al que estamos expuestos y los inconvenientes que nos pueda causar la situación.

Y, sin embargo, cuando aquietas un momento todos esos pensamientos, cuando miras por la ventana y ves cómo brilla el sol, cómo cantan los pájaros, cómo están brotando las hojas en los árboles de tu calle, cada día más verdes y frondosos, aparece otro tipo de conciencia.

De repente te das cuenta de que esta situación ha hecho que la industria frene de golpe, cosa que no ha conseguido toda la alarma y el intento de concienciación ante el cambio climático, por mucho que nos hemos esforzado. La contaminación en China y muchos otros países, aunque sea momentáneamente, se ha reducido de forma drástica, tanto por la industria como por la minimización de los desplazamientos, dando lugar a una necesaria mejora de la calidad del aire que respiramos.

Te das cuenta de que, uno de los problemas más graves que hay en nuestra sociedad, que es el estrés y esta vida de locos en la que no tenemos tiempo ni para dar atención de calidad a nuestra familia, en la que la infancia corre de acá para allá, de una actividad extraescolar a otra, sin tiempo para jugar, o bajo el cuidado de otras personas durante largas horas, de repente se invierte, y tenemos a familias enteras reunidas en casa, aprendiendo a pasar tiempo juntos, redescubriendo juegos de su infancia, maneras de disfrutar, conviviendo y repartiendo las tareas, responsabilizándose a partes iguales de lo necesario.

Te das cuenta de que el teletrabajo, en muchos casos, es posible, y también otra manera de organizarnos que aporte mayor conciliación entre la vida laboral y la familiar, que permita que podamos vivir en áreas rurales, descongestionando las ciudades y reduciendo la contaminación producida por los desplazamientos diarios.

Y también te das cuenta de qué es lo verdaderamente necesario, cuáles son los productos de primera necesidad, cómo se sienten las personas que viven en países donde la incertidumbre sobre si tendrán acceso a alimentos es el pan de cada día.

Y cómo muchas veces nos encerramos en casa o en el trabajo por elección, presos de las redes sociales, de la televisión, del ordenador, de tareas interminables, en vez de disfrutar de un paseo por el campo o de un café con alguien amado.

Y sí, desgraciadamente, esta situación supondrá una gran crisis económica para muchos países, para muchas personas. Es inevitable, pero, como dice un buen amigo, hay que abrazar lo inevitable, hacerlo nuestro y transformar lo que sea posible en nosotros para seguir adelante y salir fortalecidos de esta experiencia.

A veces necesitamos perder lo que tenemos para darnos cuenta de qué es lo verdaderamente importante.

Si esta situación nos ayuda a reflexionar, a pasar tiempo de calidad con nuestra familia o con nosotros mismos, a darnos cuenta de que podemos vivir con mucho menos, a valorar salir a la calle y poder reunirte con otras personas, a comprender el sentir cotidiano de otros pueblos que no tienen nuestros privilegios, a descubrir qué es lo verdaderamente esencial y cómo preservarlo…habremos ganado mucho.

Y si además aprovechamos esta pausa para dedicarnos a cosas que nos hacen bien, para cocinar y comer sano, meditar, hacer yoga, cantar, escribir, poner en orden nuestras vidas, limpiar nuestra bandeja de correo electrónico, aprender un nuevo idioma, rescatar todo aquello que hemos dejado en el cajón de las cosas para las que no tenemos tiempo…entonces habremos ganado más todavía.

Ánimo.

Sara Justo Fernández. Formadora de maestros. Especialista en pedagogía Waldorf

Autora del libro «Crecer para educar«