Cómo fomentar el gusto por la lectura en la infancia

Hace algunos años llegó a mis manos el libro Como una novela, de Daniel Pennac. Lo leí en dos días, asombrada de ver lo fácil que es equivocarse a la hora de fomentar la lectura en la infancia.

El libro habla precisamente de los motivos que llevan a los niños a relegar e incluso rechazar la lectura, haciendo especial hincapié en la importancia de respetar los derechos del lector, entre ellos, poder elegir lo que se quiere leer y el momento de leerlo.

Es muy difícil disfrutar de la lectura si el libro que lees no te gusta, o si tienes que leer cuando en realidad lo que te apetece es salir a pasear o necesitas solucionar algo. En esas ocasiones, lees y relees el mismo párrafo sin entender lo que pone, pues tu mente está en otro sitio. Y la lectura se convierte en algo arduo y sin sentido.

Esto se hace todavía más cuesta arriba en los inicios del aprendizaje de la lectura, cuando el acto de leer requiere un gran esfuerzo. Entonces es especialmente importante que la lectura tenga un mensaje lo suficientemente interesante como para seguir leyendo, que merezca toda nuestra atención y, a ser posible, nos arranque una sonrisa o nos asombre con su magia.

Y, sin embargo, en muchas ocasiones, los adultos nos empeñamos en que los niños lean lo que nosotros consideramos bueno para ellos, decidiendo incluso el momento de hacerlo, forzando algo que tiene que ser un placer y una elección propia.

La práctica que se suele dar en las escuelas de leer un mismo libro en grupo es difícil que funcione para todos, pues cada alumno es diferente y tiene gustos y capacidades diferentes. Si lo que queremos es fomentar la lectura, debemos respetar que cada uno elija aquello que realmente le gusta. Y no hay que preocuparse si solo eligen cómics, pues tienen muchas ventajas, sobre todo cuando hay ciertas dificultades a la hora de leer; las imágenes dan muchas pistas y enriquecen el texto, haciendo más liviana la lectura.

Es cierto que cada temática tiene una edad recomendada y que es preciso hacer una selección previa de los libros que están a disposición de la infancia, pero no debemos perder de vista la importancia de tener acceso a una colección variada, que incluya todos los formatos y niveles de lectura, para que pueda elegir aquello que realmente sea de su interés. Hablo tanto de los libros que podemos tener en casa como de la biblioteca escolar o de aula.

En cualquier caso, los grandes lectores se forjan ya en la cuna, pues la mejor manera de fomentar la lectura es leer y contar cuentos a los niños desde que nacen. Crear ese momento especial antes de ir a dormir en el que nos encontramos, como si fuera alrededor del fuego cálido de una hoguera, para compartir historias antiguas, mágicas y llenas de sabiduría. Y no perderlo, a ser posible, nunca. Si sienten que pierden ese momento mágico de conexión y calidez porque han aprendido a leer, probablemente no les guste el cambio.

Escuchar una historia nos lleva a un estado de relajación en el que prestamos atención solo al contenido, mientras nuestra mente está ocupada en crear las imágenes que escuchamos.

Leer es algo muy distinto, sobre todo al principio del aprendizaje, cuando nuestro cerebro está tan implicado en la descodificación y codificación de las letras que no podemos prestar atención plena al contenido de la historia.

No se pueden comparar ni son excluyentes entre sí. Es más, se complementan y se nutren, así que es preciso mantener la hora del cuento y también crear momentos en los que cada uno pueda leer su propio cuento, solo o en compañía.

Ya como pensamiento final, hay que tener en cuenta el gran efecto que tiene en la infancia nuestro ejemplo, y lo importante que es que nos vean leer y disfrutar con ello. Que en nuestro hogar haya libros de todo tipo, estanterías llenas de historias que nos conmuevan y nos atraigan. Que exista la posibilidad y la costumbre de acercarse a la biblioteca pública. Que la actividad lectora esté presente en el día a día y que cualquier excusa sea buena para sentarnos a contar un cuento o leer una historia.

Y ya si conseguimos apagar las pantallas de los dispositivos electrónicos en la medida de lo posible y leer libros físicos, llenos de ilustraciones hermosas, con buena luz natural, además de dar un ejemplo digno de imitar, estaremos cuidando nuestra vista y haciendo un gran regalo a nuestra paz mental.

Sara Justo Fernández. Maestra y formadora en pedagogía Waldorf.

Asesora de familia sobre temas educativos, de aprendizaje y crianza.

Autora del libro Crecer para educar y El tesoro del tío William.

*Para evitar las dificultades en la lectura, es muy importante introducir su enseñanza en el momento adecuado y de forma que haga nacer el entusiasmo y la alegría de descubrir un modo nuevo de comunicarse con el otro. Si forzamos su aprendizaje cuando el niño no está todavía preparado para ello, es muy posible que presente dificultades que, esperando al momento preciso, se pueden evitar.

De todo ello hablo en mi artículo El respeto a la madurez escolar y también en la guía didáctica La enseñanza de la lectoescritura a través del arte, que acompaña y complementa mi próximo libro, El tesoro del tío William, un cuento para el aprendizaje de la lectoescritura desde el enfoque de la pedagogía Waldorf. Si quieres saber más sobre este bonito proyecto, tienes toda la información en el siguiente enlace:

El tesoro del tío William

*Fotografía de Annie Sprat

La importancia de los límites sanos en la infancia

Padre con bebé al atardecer

A menudo reflexiono sobre la importancia que tienen los límites en la infancia, pues observo las dificultades que presenta este tema, tanto en el hogar como en la escuela. Durante mis años de maestra y ahora también como asesora de maestros y familias, me encuentro con niños que no perciben las normas básicas de convivencia, entre ellas prestar atención a otras personas. Y esto es muy curioso, pues los niños, de manera natural, nacen con un gran interés hacia el otro, utilizando la imitación para aprender a través del ejemplo que les ofrecemos.

El hecho de que no presten atención a un adulto de forma espontánea me hace pensar en dos posibles causas, la primera, que no esperen nada del adulto porque no lo consideran como una posible fuente de aprendizaje, y la segunda, que estén imitando la falta de presencia y de atención que mostramos hoy en día muchas personas, a causa del tipo de sociedad que hemos construido, llena de distracciones que nos apartan del momento presente. De hecho, puede ser una combinación de ambas, así que veo muy necesario plantearnos qué estamos enseñando a los niños con nuestra manera de actuar y cómo es que no nos consideran como una fuente de posibles aprendizajes.

Para que seamos dignos de imitar, tenemos que estar en nuestro centro y ser capaces de mostrar que nosotros también sentimos deseos y tenemos sueños, que hemos sido pequeños como ellos y hemos ido aprendiendo a través de nuestros errores, que sabemos tomar decisiones y asumir nuestras equivocaciones y que somos capaces de poner límites cuando son necesarios.

Si además los escuchamos desde la paciencia y el respeto, se crea un vínculo sano y de confianza y ellos también aprenden a escuchar y a ser conscientes de la necesidad del otro. Si estamos demasiado pendientes de la vorágine diaria, distraídos por las redes sociales y sin un momento de verdadera presencia, esto será lo que enseñemos a los niños que nos rodean.

Por otro lado, quizá para compensar nuestra falta de presencia, es posible que escuchemos las demandas de los niños y las pongamos por delante de temas importantes como son el descanso, la economía familiar, el respeto e incluso el disfrute de la vida. Descuidamos nuestras necesidades por cumplir peticiones que, en ocasiones, son más bien caprichos.

En estos casos, en lugar de beneficiar a los niños, lo que hacemos es que sientan que sus deseos son lo único que importa, que el adulto está allí a su servicio y que no tiene necesidades propias. Se sienten el centro del universo, pues todo gira en torno suyo y no saben que su libertad termina donde empieza la del otro.

Cuando salen al mundo exterior, más allá de su hogar, o incluso de la escuela, se frustran con todo lo que sucede en contra de sus deseos, incluso con el tiempo.

No han aprendido que el otro también tiene necesidades, con lo cual no son capaces de respetarlo ni de seguir normas de convivencia importantes, como por ejemplo, el respeto de las señales de tráfico o el turno de palabra en el aula.

Y todo esto, como decía al principio, no es una actitud con la que se nace… Se aprende cuando se recibe el mensaje constante de que lo único que importa son los deseos propios, por delante de los de los demás.

Por ello es tan importante que los adultos expresemos quienes somos y tengamos en cuenta el bienestar de toda la familia, o de toda la clase, incluidos nosotros, cuando tomamos decisiones.

No es un bueno para nadie sentir que tiene prioridad sobre los demás. Una cosa es proteger a la infancia y darle lo que necesita y otra muy distinta es desvivirnos y dejarnos de lado por contentar cada petición que nos hacen, por evitar cada frustración natural de la vida. Tenemos que ocupar nuestro lugar como adultos, mostrando a los niños con nuestros actos que todos necesitamos las mismas cosas en esencia; respeto, escucha, cariño, atención, presencia y amor, y que es un camino de dos direcciones.

Y lo mismo con todas nuestras relaciones, pues ellas son el ejemplo vivo que verá la infancia para aprender cómo relacionarse con el otro de forma sana, con responsabilidad emocional, expresando nuestro sentir y respetando el del otro.

Sara Justo Fernández. Maestra y formadora en pedagogía Waldorf.

Asesora de familia sobre temas educativos, de aprendizaje y crianza.

Autora del libro Crecer para educar y El tesoro del tío William.