
Hoy voy a hablar de un tema delicado, difícil de abordar por la vorágine en la que vivimos y el ritmo que marca esta sociedad frenética. Con este texto quiero proponer una mirada profunda al inicio de la escolarización infantil, que tenga en cuenta la madurez de cada niño y ofrezca en cada etapa lo que necesita.
En España, la educación primaria comienza en el año natural en que se cumplen los seis años de vida. Esto quiere decir que, en septiembre, al inicio del curso escolar, hay alumnos que tan sólo tienen cinco años: son aquellos que cumplirán los seis entre septiembre y diciembre, en comparación con otros que ya tienen los seis y que cumplirán los siete a partir de enero.
Este gran rango de edad hace que las clases estén formadas por alumnos que se encuentran en diferentes momentos evolutivos. Unos pocos meses no afectan mucho en la vida adulta, pero al principio de la vida, es otro cantar.
A lo largo de mis años de maestra, he sido tutora de una clase de primero de primaria en dos ocasiones, y en ambas he podido constatar el esfuerzo titánico que hacen los más pequeños para alcanzar a los mayores, y la frustración que supone no conseguirlo y no entender muchas de las cosas que se exponen en el aula.
Ellos no saben de edades y, al compararse con los que creen sus iguales, su autoestima disminuye, pues perciben que la mayoría de las veces no consiguen llegar donde llegan los demás. Esto puede bloquear los aprendizajes e incluso convertirse en un estigma, solo mitigado por un buen profesional de la enseñanza, que sea consciente de esto y ponga su atención en evitar las comparaciones y en ayudar a los alumnos a desarrollar una autoestima sana.
Aun así, es difícil evitar que los alumnos de un mismo grupo se comparen y es una ardua tarea conseguir que se valoren por lo que son y no en relación a los demás.
La situación se agrava por el hecho de que hay niños que necesitan más tiempo para madurar, y si esto coincide con que además sean los más pequeños de la clase, la diferencia es todavía mayor.
Tal y como comentaba en otros artículos, durante los primeros siete años de vida, todo el organismo está ocupado en aprender a moverse de forma coordinada, en el buen desarrollo de los órganos, de los sentidos, del habla, etc. Esto quiere decir que dedicar fuerzas al desarrollo intelectual implica no utilizarlas en el buen asentamiento y manejo del cuerpo. Cuando nos centramos en el aprendizaje formal antes de tiempo, cambiamos las actividades de movimiento libre por otras en las que los niños están sentados y prestando atención. Esto hace que no puedan seguir trabajando su coordinación, equilibrio y lateralidad a tiempo completo. Además, en muchas ocasiones, dedicarse al aprendizaje formal cuando hay procesos de crecimiento físico en marcha no da ningún fruto, pues resulta mucho más difícil concentrarse y realizar tareas mentales; pasa lo mismo que cuando estamos enfermos, nuestras fuerzas van allí donde son más necesarias.
A los seis años, hay niños y niñas que todavía tienen mucho camino por hacer en cuanto al desarrollo físico y no están preparados para prestar atención a lo intelectual. Es por eso que no dejan de moverse y no hacen caso: su sabiduría interior les guía hacia la actividad que conseguirá que se desarrollen de forma sana: el movimiento y el juego libre.
Por este motivo, si intentamos enseñarles a leer y escribir cuando todavía no están preparados, es posible que creemos un rechazo o una dificultad que más adelante no existiría. Tal y como he comentado a menudo, muchos niños aprenden por complacer al adulto, y esto hace que desoigan sus propias necesidades y dejen este importante desarrollo físico en segundo plano para centrarse en aquello que les pedimos. De hecho, están tan atentos a nuestras reacciones que no necesitan que se lo pidamos, perciben inmediatamente aquello a lo que damos valor.
Es preciso que llevemos la atención a estos temas, pues la lectoescritura es la base de la mayoría de los futuros aprendizajes en la escuela, y si aceleramos su enseñanza, en vez de facilitar el proceso de aprendizaje, puede ser que lo estemos bloqueando.
Me pregunto a menudo de dónde viene esta prisa, como si no hubiera tiempo suficiente durante la educación primaria para aprender y afianzar estas habilidades, con paciencia, en el momento adecuado para todos los alumnos, cuando ya están verdaderamente listos y con el entusiasmo preciso para descubrir el mundo de las letras.
Veo muy necesario que encontremos la forma de respetar la evolución de cada alumno, sin prisas, desde la observación individual, dando tiempo suficiente para jugar de forma libre y para construir los andamiajes de toda una vida de aprendizaje, de forma equilibrada y consciente, sin dejar de lado las tan importantes habilidades motrices, el despliegue de un organismo sano, fuerte, flexible y coordinado.
Ojalá podamos transformar todo esto y llevar mayor conciencia y serenidad al acompañamiento de una de las etapas más bonitas e importantes de la vida.
Sara Justo Fernández. Maestra y formadora en pedagogía Waldorf.
Asesora de familia sobre temas educativos, de aprendizaje y crianza.
Autora del libro Crecer para educar y El tesoro del tío William.
*Este artículo es parte de la guía didáctica La enseñanza de la lectoescritura a través del arte, que acompaña y complementa mi libro, El tesoro del tío William, un cuento para el aprendizaje de la lectoescritura desde el enfoque de la pedagogía Waldorf. Si quieres saber cómo conseguirlo, tienes toda la información en el siguiente enlace: El tesoro del tío William
*Fotografía de Chanwit Whanset