
Una de las cosas más importantes de los procesos de aprendizaje es tomar conciencia de lo que se ha aprendido y, para ello, es necesario evaluar de algún modo los conocimientos que hemos integrado.
Cuando se habla de evaluación, a casi todas las personas nos viene a la cabeza un examen de algún tipo, una experiencia de la infancia, teñida de nervios y malestar.
La forma en que se presentaba la evaluación solía ser una prueba que tenías que pasar, además con buena nota, entrando en competencia con tus compañeros. Si no aprobabas la prueba, había un castigo, ya fuera una reprimenda del docente o de tus padres, y una sensación de haber fallado, de no valer, de no saber y no servir.
Normalmente, el único comentario que recibías era la nota numérica, que daba muy poca información sobre lo que había ido bien y lo que había ido mal. Con suerte, el docente se acercaba y te contaba qué necesitabas repasar, pero a veces ni siquiera eso sucedía, y te quedabas con la sensación de no saber nada y tener que volver a empezar.
También solía suceder que se acompañaban estas pruebas con frases como “si sigues así no aprobarás el examen”, “si no apruebas no tendrás vacaciones” y cosas por el estilo.
Todo esto hace que tengamos un gran rechazo hacia el concepto “examen” y, por ende, hacia las evaluaciones. Sin embargo, el problema está en la forma en que nos presionaban con estas pruebas, no en la evaluación misma.
La evaluación es una gran herramienta, necesaria en cualquier proceso de aprendizaje, sea del tipo que sea. Es lo que nos va a decir si la manera de enseñar y aprender está funcionando. Si el proceso de aprendizaje está bien pensado, si el estudiante está aprendiendo e integrando los contenidos o no y si el docente ha encontrado la forma de llegar al alumno.
Cuando la evaluación está bien diseñada, nos dirá también dónde está el problema y qué tenemos que modificar para que el proceso de aprendizaje sea más eficiente y útil.
A partir de cierta edad, existe también la posibilidad de la autoevaluación, que es incluso mejor, pues hace que el propio alumno sea consciente de lo que ha aprendido y lo que todavía está en camino de aprender.
La autoevaluación tiene que ver con la capacidad de percibirse a uno mismo y tomar conciencia de qué cosas se quieren cambiar y cómo hacerlo. Esto genera un impulso desde el interior hacia el cambio. Al hacer uso de la autoevaluación, el alumnado se hace dueño de su proceso de aprendizaje de forma activa y siente que es capaz de evolucionar por sí mismo.
Igual sucede con la corrección de los errores; es necesario crear formas de auto-corrección, que pongan el énfasis en que el alumno se dé cuenta por sí mismo de lo que necesita modificar, pues esto le hace sentir que sabe y que puede y, además, hace que lo recuerde mucho mejor. Cuando es el maestro quien corrige y el alumno quien recibe la hoja corregida, lo más común es que esa hoja no se llegue ni a mirar. Solo llega la sensación de haber errado.
Cuanto más partícipe es el alumno del proceso de evaluación, mayor es la conciencia que toma sobre su aprendizaje. Necesita poder entender, ver dónde se ha equivocado y auto-corregirse, saber qué es lo que precisa para aprender más y qué es lo que verdaderamente le interesa.
La evaluación de todas las partes del sistema de enseñanza, unida a la creación de una estructura estable donde la infancia se sienta segura y pueda experimentar con los contenidos las veces que necesite, son dos ingredientes imprescindibles de cualquier proceso de aprendizaje.
Como decía al principio, podemos tener ciertos prejuicios hacia estas dos magníficas herramientas, por la forma en que fueron utilizadas en nuestra infancia, y esto hace que perdamos la oportunidad de ver lo necesarias que son cuando se emplean de forma equilibrada, con la intención de apoyar el aprendizaje y no de cuestionar al estudiante.
En el último episodio de mi podcast hablo largo y tendido sobre la importancia de una estructura clara y la necesidad que tiene la infancia de entender lo que sucede a través de ella. Si quieres escucharlo puedes hacerlo aquí.
Y, si quieres aprender cómo crear una estructura de aprendizaje equilibrada en tus clases, incluyendo también un sistema de evaluación respetuoso de todo el proceso para el próximo curso, tengo una formación para ti.
Escríbeme y te cuento los detalles.
Sara Justo Fernández. Maestra y formadora en pedagogía Waldorf.
Asesora de familia sobre temas educativos, de aprendizaje y crianza.
Autora de los libros Crecer para educar y El tesoro del tío William.
*Picture by Chen in Pixabay








